Soy la palabra que no espera
el ruido que hace hablar a tu silencio
el nudo de la cinta de tu pelo
la mirada que quiere subir a tu marea

El canto de esperanza en el asfalto
los dedos torpes que sueñan con tu espalda
las amarras de un barco encallado
el asesino sin culpa ni redada

Desde mi ventana

Desde mi ventana

martes, 11 de febrero de 2014

Volver






Volver… con las maletas cargadas de sueños, de sueños cargados durante tantos años. Hay una extrañeza bella y bizarra en ese acto. A veces vivimos tanto de sueños que al realizarlos también queda algo de nostalgia. Es como si cierta parte del viaje por la vida que tenía sentido por esas ansias y voluntades, te mirara de revés y te preguntara: “¿y ahora?”. Es la cruz de lo realizado.

Volver… y encontrar todo tan igual y tan distinto, tan extraño como ser turista en el patio de tu casa. Empaparte de la humedad porteña, extrañar el invierno (aunque lluvioso) de París, el azul del Mediterráneo, las Ramblas y mi maldita costumbre de buscarte en todos los inviernos, tus susurros en cada portal.
Volver…y la mente pendular que oscila entre rutinas, sueños, y cambios, en cómo ver lo mismo de otra manera, en profundizar el camino de ser feliz por sí mismo, para que la compañía sea un deseo y no una necesidad.

Volver a este espacio, repasar viejos textos y preguntarse quién era yo cuando los escribí. Casi vanidoso pasarse horas leyéndose a uno mismo, recordando escribir como si fuera respirar sin recabar demasiado en qué se dice, como si la mente desconociera el punto y coma. Y allí vamos. Volver y pensar que la literatura es un buen viaje, un gran medio de transporte para llevar aquello que no cabe en otra parte.

Volver y caer en la cuenta que entre la multitud a veces la soledad es más grande, incluso más grande que la sola compañía de uno mismo del otro lado del océano. Flor de paradoja.

Volver y preguntarle al espejo si no me equivoqué de edificio al entrar, porque no me había visto nunca tan atractivo, y basta repasar una pluma de cualquier día del año para comprobar que la sorpresa es verdadera.
Volver y patear algún que otro tablero.


Dejar de preguntarse por qué sigo soñando con ser el mejor hombre y maldecirme.

Dejar de preguntarse por qué los libros se escriben sin respuestas, o por qué nos cambian las preguntas cuando creíamos sabérnoslas todas.

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